Editorial del último número de la revista de Asetra
A lo largo de este año dramático, hemos analizado puntualmente el daño que la pandemia ha ido ocasionando en nuestro sector, con números y porcentajes que ponen de manifiesto el diferente quebranto, según las distintas especialidades.
Con la mejor voluntad, las organizaciones empresariales hemos elaborado propuestas de reactivación. Es nuestro trabajo. Por su parte, el Gobierno ha informado de fondos europeos y un plan de reconstrucción económico, con miles y miles de millones de euros. El proceso se alarga demasiado. ¿Algún transportista segoviano ha visto un solo euro de ayudas por parte de las Administraciones Públicas? ¿Dónde están? ¿Cuándo van a llegar? ¿A manos de quién? ¿Seguirán vivas nuestras empresas para entonces?
Como empresarios que somos, no hemos perdido el tiempo en buscar culpables, no es nuestra labor, pero sí en pedir respuestas y soluciones, que no llegan. También les hemos rogado, a los unos y a los otros, que sumen esfuerzos y voluntades para empujar el carro en la misma dirección, frente a este gran Problema de Estado. No parece que nos hayan escuchado.
A lo largo de este año horrible, cada sector y cada empresa del transporte por carretera nos hemos buscado la vida como hemos podido, apretándonos el cinturón más que en los peores tiempos de la crisis, adaptándonos a una situación desconocida y, lo que es peor, sin saber qué hacer, ni cuándo ni en qué va a desembocar esta locura.
Ser o no ser, ésa es la puñetera cuestión. La duda ante la adversidad es el peor estado del ser humano y, por añadidura, del empresario. Frente una fatalidad irreversible, por desastrosa que sea, un transportista encaja el golpe, recompone sus recursos y afronta la recuperación a través de un nuevo proyecto; sin embargo, esta incertidumbre nos hace cobardes y debilita nuestro ánimo. Estamos perdidos ante la fatalidad de los hechos y las dudas que nos producen, como ovejas de un rebaño sin pastor ni perro que las guíe.
Lamentablemente, nos ha tocado vivir una experiencia desconocida, harto angustiosa, que a todos nos ha puesto a prueba. De algunos, por desgracia, ha sacado lo peor: «la lentitud de los tribunales, el mérito de los indignos, la violencia de los tiranos, el desprecio de los soberbios». Los que aún seguimos en pie, nos estamos dejando jirones de vida y de empresa en cada jornada, basta con mirarnos en el espejo para comprobarlo. Aunque más viejos y heridos, esta batalla debe hacernos crecer como personas y como empresarios. ¡Seguro!
Ser o no ser. Como Hamlet en su soliloquio, el transportista segoviano sufre ahora las tensiones de la duda frente a la cruda realidad. Y debe elegir. Siempre hemos apostado por ser, y ahora también; una vez más, apostamos porque las vacunas lleguen cuanto antes a toda la población, porque una vez inmunizados podamos salir a la calle sin mascarillas y con la sonrisa puesta, porque vuelvan sin freno los besos y los abrazos, recarguemos el depósito de la ilusión, se recupere el mercado, salgan nuestros vehículos de las cocheras y suenen sus bocinas con alegría en San Cristóbal. Quizá para entonces hayamos aprendido todos la lección.
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